26/07/2018
Festival Internacional de Guitarra – Auditori
del Centre Cultural de L’Hospitalet de L’Infant – Dúo Henning Kraggerud,
violín, Petter Richter, guitarra
Sorprendente actuación del dúo noruego formando un conjunto
perfectamente sincronizado y con un amplio abanico de resoluciones artísticas
musicales. Debido al desconocimiento de los mismos, tanto por parte del público
asistente (que debieron ser más ante lo que se han perdido) como por un
servidor, el resultado final fue gratamente sorprendente. Sin duda dos artistas
de gran expresividad, conexión con el público y sensibilidad en mayúsculas.
El programa fue variado, desde el barroco hasta el siglo XX, pasando por
la música popular sudamericana. Jean-Marie Leclair fue el primer compositor en
establecer verdaderamente un estilo francés de tocar el violín y elevar el
instrumento al lugar que le corresponde como solista. También fusionó con éxito
su estilo nativo francés con la muy popular escuela italiana en la que se
sumergió. Bajo una interpretación exquisita en matices, donde se pudo ver la
influencia generalizada y comprensible de Corelli, asociada a la austera
sofisticación del barroco francés.
En todo el recorrido a través de los siglos, ambos músicos se unen en
una singular visión interpretativa de cada pieza. La articulación y la
ornamentación coinciden estrechamente, y los momentos de tempo rubato,
utilizados con moderación, se ejecutan a la perfección. El sonido de Kraggeroud
es claro y puro; la entonación es inmaculada y los desafíos técnicos son
ejecutados con una sensación de comodidad y facilidad. El equilibrio a veces
favorece indebidamente el violín; algunos oyentes se habrán esforzado por
escuchar la parte de la guitarra muy activa e interesante en el fondo.
La parte final fue realmente asombrosa. Se centra en el trabajo del
violinista del siglo XVIII Giuseppe Tartini y la obra suya que posee una mayor
popularidad en la literatura violínistica: su “Sonata para violín en sol menor”,
op. 1 nº4, también conocido como "El trino del diablo" (Tartini la
llamó "La Sonata del Diablo"). Las poderosas fuerzas de la
distribución hacen que Richter absorva de una manera magistral todo el poder
del bajo continuo, lo cual nos es nada fácil. Kraggerud profundiza en la parte
solista con un gusto exquisito de expresividad y virtuosismo y con Richter
logra una notable flexibilidad de conjunto, disminuyendo y fluyendo de forma
fácil y natural con cada giro y giro que toma el solista. Esta sonata solo vale
la pena el precio de la entrada, y la lectura de un solo movimiento, sin
solución de continuidad, de la sonata también es digna de mención. Tras una
generosa lectura de Richter en un idioma ajeno más que aceptable, sobre los comentarios
del propio compositor sobre la pieza y su inspiración, resultó adecuada para
disfrutar de un Tartini en una clara terapia musical que podría haber curado,
tanto al autor, como a los asistentes, de los quehaceres satánicos.
Luis Suárez
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