viernes, 27 de julio de 2018


26/07/2018
Festival Internacional de Guitarra – Auditori del Centre Cultural de L’Hospitalet de L’Infant – Dúo Henning Kraggerud, violín, Petter Richter, guitarra
Sorprendente actuación del dúo noruego formando un conjunto perfectamente sincronizado y con un amplio abanico de resoluciones artísticas musicales. Debido al desconocimiento de los mismos, tanto por parte del público asistente (que debieron ser más ante lo que se han perdido) como por un servidor, el resultado final fue gratamente sorprendente. Sin duda dos artistas de gran expresividad, conexión con el público y sensibilidad en mayúsculas.
El programa fue variado, desde el barroco hasta el siglo XX, pasando por la música popular sudamericana. Jean-Marie Leclair fue el primer compositor en establecer verdaderamente un estilo francés de tocar el violín y elevar el instrumento al lugar que le corresponde como solista. También fusionó con éxito su estilo nativo francés con la muy popular escuela italiana en la que se sumergió. Bajo una interpretación exquisita en matices, donde se pudo ver la influencia generalizada y comprensible de Corelli, asociada a la austera sofisticación del barroco francés.
En todo el recorrido a través de los siglos, ambos músicos se unen en una singular visión interpretativa de cada pieza. La articulación y la ornamentación coinciden estrechamente, y los momentos de tempo rubato, utilizados con moderación, se ejecutan a la perfección. El sonido de Kraggeroud es claro y puro; la entonación es inmaculada y los desafíos técnicos son ejecutados con una sensación de comodidad y facilidad. El equilibrio a veces favorece indebidamente el violín; algunos oyentes se habrán esforzado por escuchar la parte de la guitarra muy activa e interesante en el fondo.
La parte final fue realmente asombrosa. Se centra en el trabajo del violinista del siglo XVIII Giuseppe Tartini y la obra suya que posee una mayor popularidad en la literatura violínistica: su “Sonata para violín en sol menor”, op. 1 nº4, también conocido como "El trino del diablo" (Tartini la llamó "La Sonata del Diablo"). Las poderosas fuerzas de la distribución hacen que Richter absorva de una manera magistral todo el poder del bajo continuo, lo cual nos es nada fácil. Kraggerud profundiza en la parte solista con un gusto exquisito de expresividad y virtuosismo y con Richter logra una notable flexibilidad de conjunto, disminuyendo y fluyendo de forma fácil y natural con cada giro y giro que toma el solista. Esta sonata solo vale la pena el precio de la entrada, y la lectura de un solo movimiento, sin solución de continuidad, de la sonata también es digna de mención. Tras una generosa lectura de Richter en un idioma ajeno más que aceptable, sobre los comentarios del propio compositor sobre la pieza y su inspiración, resultó adecuada para disfrutar de un Tartini en una clara terapia musical que podría haber curado, tanto al autor, como a los asistentes, de los quehaceres satánicos.
Luis Suárez

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