22/23 y 24 de febrero del 2019 – Catedral de
Tarragona – Palau de la Música de Barcelona – Clara-Jumi Kang, violín –
Orquestra Simfònica Camara Musicae – Tomàs Grau, dirección.
El “Concierto para Violín” de Sibelius, piedra angular del repertorio, ciertamente
es un trabajo que requiere una destreza virtuosa impresionante, también es una
pieza de emotividad, sentimentalismo y líneas musicales largas y sólidas. Sibelius
era él mismo un buen violinista. Comenzó a estudiar el instrumento a los 15
años con el director de banda militar de su ciudad natal, y poco después
participó en actuaciones de música de cámara y tocó en la orquesta de su
escuela. Sentía que había tomado el violín demasiado tarde en la vida para
convertirse en un verdadero virtuoso, pero aportó su conocimiento íntimo del
instrumento para hacer frente a este, su único concierto, que completó en 1903.
La violinista Clara-Jumi Kang y la Orquestra Simfónica Camera Musicae brindan
una actuación nos ofreciéndonos un perfecto equilibrio entre tecnicidad y
musicalidad, con buen dominio del tempo y rubato; el comienzo del primer
movimiento, en demasía complicado e innovador, con unas medidas cadencias desde
el comienzo enfocadas entre la ejecución y su significado musical, junto con
una energía ilimitada y confianza en sí misma, las habilidades de Kang se conjuntan
notablemente con la paleta orquestal más oscura de la partitura, en una
interpretación complementaria tanto en su alcance como en sus rigurosas
exigencias, demostrando su atención primordial a las necesidades de la música, contrastando
pasajes de moderación y melancolía con otros de gran fuerza e intensidad. La
emoción y el impulso se extienden hasta el final del trabajo.
La otra atracción principal, la “Sinfonía No. 8 en sol mayor, op. 88” de
Antonin Dvorak, es realmente excepcional en su nivel de detalle y efecto
general en una orquestación soberbia. Grau aplica variaciones de tempo en los
dos primeros movimientos (muestra la melodía desde el principio), lo que
también les da la calidad episódica de los poemas tonales. El tercer movimiento
es una apoteosis trascendente de la danza eslava. Y todo conduce hasta el
final, donde pequeños trozos de rubato activan la estruendosa fanfarria del
metal, proporcionando un escaparate brillante para las habilidades
interpretativas de la paleta orquestal bajo un sublime dumka. La composición de sus elogiosas Sinfonías (nº7 en 1885 y nº8
en 1889), tuvo lugar en un momento en el que recibió el generoso apoyo de su
amigo íntimo Johannes Brahms; sin embargo, mientras las estructuras formales de
las sinfonías y algunos de sus procedimientos de desarrollo reflejan la influencia
brahmsiana, las melodías con sabor
eslavo de Dvorak, la orquestación transparente y el sentimiento más expansivo
lo distinguen de su mentor. La interpretación ofrecida ha sido apasionada y
altamente expresiva, con una lectura totalmente comprometida y vigorosa, por lo
que el drama y el lirismo de la música fueron totalmente evidentes.
La acústica dió a la orquesta gran presencia, y prácticamente se pudo
escuchar cada nota, supliendo el contratiempo de cambio de escenario en
Tarragona. Las características de su catedral sirvieron para definir, detalle a
detalle, todas las facetas de estos dos geniales orquestadores de la historia
de la música.
Luis Suárez