martes, 14 de noviembre de 2017

Creixell Classic – Casal Municipal de Creixell (Tarragona) – Aleksandar Krapovski, violín y Diana Baker, piano – Concierto para Violín nº4 Kv 218 de W.A. Mozart y Concierto para Violín op. 35 de Tchaikovsky (reducción para piano).

Magistral derroche de energía y expresividad por parte de Kaprovski en estas dos obras maestras dedicadas por dos maestros universales, entrelazados entre sí. Tchaikovsky, admirador expreso del arte de Mozart. Para Tchaikovsky, la música de Mozart era como una encarnación de la belleza divina en una forma humana que inspiró amor, y en una notable entrada en el diario de 1886 describió a Mozart como un " Cristo musical ". Esta adoración de Mozart tuvo sus orígenes en la infancia de Tchaikovsky, pues cuando aún no tenía cinco años se conmovió cuando oyó la orquestación que su padre había traído de San Petersburgo, reproducir fragmentos de su ópera "Don Giovanni". Escuchando la música de Mozart despertó en él un "culto apasionado por ese genio" que duró toda su vida. Mozart fue para Tchaikovsky "el músico y artista ideal en todos los aspectos".
La generosidad creativa de ambos es otro punto en común, de ahí se ve en las sendas obras aquí expuestas. La espontaneidad en vena de un jovencito Mozart hace de la obra aquí expuesta una auténtica delicia para cualquier oyente. Bien en esta partitura la reducción orquestal para piano solo puede pasar desapercibida, el violín lleva la voz cantante, Diana Baker acompaña correctamente sin pasar por encima al solista, como en la partitura original discurre por deseo del autor; obra de cámara con una belleza melódica embaucadora. Kaprovski demuestra una gran expresividad y su gozo es transmitido al público, con una lectura nítida y de somero disfrute interior.
Mas es en el bellísimo “Concierto” de Tchaikovsky donde la balanza se decanta ostensiblemente por el violinista macedonio. Lectura acertadamente apasionada de una partitura autobiográfica, de un momento depresivo superado por el ruso, con una predisposición a un tratamiento persuasivo y melancólico del hecho melódico y el acentuado contraste del elemento dramático. Todo ello encuentra, tanto en el ejecutor como en el oyente medio, una adhesión total, con momentos sobrecogedores que impulsan la empatía con el compositor. Esta hermosísima partitura estrenada en Viena el 4 de diciembre de 1881, se desarrolla en un clima poético donde siempre está presente la melancolía eslava. Tchaikovsky da rienda suelta a las introvertidas "pausas" de contemplación vaticinadora de tragedia, así como a las repentinas pinceladas rítmicas y coloristas; cambios drásticos de estado de ánimo, de meditaciones dolorosas y de impulsos de alegría que la crisis existencial parecía haberle negado. Una ejecución apasionada que lejos de ser fruto de un sentimentalismo fácil, se debe a una serie de contradicciones "fatales", que se introducen como una especie de confesión personal. Kaprovski se da el respiro, que el compositor intencionadamente añade en la "Canzonetta - Andante", con cierto sabor eslavo donde, el piano en este caso, expone dulcemente la melodía, que luego repite el violín acentuando la melancolía y el tono romántico que prevalece a lo largo de toda la obra. Delicadas sonoridades llegan a constituir un diálogo con el violín de encantadores contornos; detalles que unidos a la expresión melódica hacen de este pasaje uno de los instantes más bellos e inspirados de la partitura. Un rítmico "Allegro vivacissimo" cambia la atmósfera del movimiento anterior, acercándose así al final de este concierto. El frenesí de las danzas eslavas llega a vislumbrarse a través de los potentes acentos orquestales, que aquí notan su ausencia y ensombrecen la instrumentación original y de las sonoridades del violín, que alcanzan contornos espectaculares en los pasajes que cierra la obra, con un Kaprovski totalmente entregado en un derroche de virtuosismo y sensibilidad suprema. 
Luis Suárez
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