lunes, 23 de julio de 2018


Jorge Grundman – “Shoah” - Vicente Cueva, violín – Non Profit Music
El polifacético compositor e ingeniero Jorge Grundman, declarado defensor de tender puentes entre las esferas clásica y popular, nos presenta este trabajo que, sin embargo, muestra pocas conexiones con la música popular más allá de su orientación ampliamente tonal y el efecto es inusual. Las partes de la extensa Partita tienen un ritmo lento y se basan en testimonios de historias y textura cautivadora, conmovedora con el efecto de la belleza a partes iguales entre la lectura musical de los textos que acompaña y la tristeza de los mimos. El impacto es directo en su atractivo emocional. Nos mueve lentamente hacia un enunciado afirmativo al final.  “Shoah” supone una prueba de fuerza para cualquier violinista. Vicente Cueva tiene que enfrentarse no solo a las dificultades técnicas sino también a sus propias emociones de narrador - actor. Las bellas partes de la obra cuentan aquello que en realidad sucedió, auténticas barbaridades realizadas conscientemente por el ser humano. Todo ello en base a testimonios integrados de forma natural en el devenir de la obra musical. Sus frases musicales llegan directas al corazón.
Theresienstadt (Terezín), campo de concentración checo, es casi sinónimo de "la música de la Shoah" por el nivel cualitativo y cuantitativo de la vida musical que allí se desarrollaba. Entre los detenidos se encontraban numerosos músicos. En un principio tenían que tocar en secreto, pero después los nazis, como fórmula para evitar cualquier tentativa de huida o protesta, autorizaron conciertos y representaciones de óperas (Smetana, Mozart, Bizet e incluso Mendelssohn, prohibido por Hitler porque era judío). A fines de 1944, los músicos de Terezin fueron deportados a Auschwitz. Se escribió crítica de música, se impartió instrucción musical y se creó un "estudio de música moderna" liderado por Viktor Ulmann. Pero todo como un espejismo, ya que, como sus compañeros prisioneros, los músicos sufrían de hambre, corrían riesgo por los brotes de enfermedades y estaban amenazados por las deportaciones. Otro caso es el del músico Erwin Schulhoff (1984/1942) que recogió su visado para emigrar el 13 de junio de 1941, pero, con la invasión nazi de la Unión Soviética el 22 de junio, abandonó el país. Todo se volvió imposible, y Schulhoff fue arrestado al día siguiente. A diferencia de otras figuras culturales checas muy conocidas, como los compositores Pavel Haas, Gideon Klein, el mencionado Viktor Ullmann y Hans Krása, Schulhoff fue arrestado por ser ciudadano soviético, en lugar de ser judío, y no era llevado al notorio campamento de Theresienstadt. Inicialmente celebrado en la YMCA de Praga, Schulhoff fue deportado a un campo de concentración en Wülzburg, Baviera, donde murió de tuberculosis en agosto de 1942.
Friedl Dicker-Brandeis (1898–1944) llenó dos maletas con cerca de cuatro mil quinientos dibujos realizados entre 1942 y 1944 por los niños a quienes daba clases clandestinas en el gueto de Terezín. Hizo ver a sus alumnos que el dibujo era una forma de comunicarse e hizo de su rutina pictórica una especie de terapia. Esos dibujos son, en palabras del compositor Jorge Grundman, todo lo que queda de las almas de aquellos niños. "Tuve la gran oportunidad de que esas almas en conjunto me hiciesen llorar. He escrito música para que nunca se olvide el Holocausto". El resultado nada tiene que ver con una obra de refinamiento virtuoso ni acogerse a una sólida estructura musical. La bellísima música de Grundman evoca a la tristeza con frases desnudas que reclaman el no olvido. Vicente Cueva logra un efecto contagioso con su Stradivarius “Auer” de 1691 y una técnica impoluta reforzada por una expresividad impregnante de sensibilidad. Resultado pues óptimo para una longeva obra, en parte debido a la insistencia sobre el compositor del propio intérprete, de casi una hora de duración que no defrauda, mas bien cautiva el alma.
Luis Suárez

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