lunes, 19 de febrero de 2018



17-18/02/2018
Teatre de Tarragona – Palau de la Música de Barcelona
Orquestra Simfónica Camera Musicae – Sayaka Shoji – Tomàs Grau – Beethoven/ Tchaikovsky
 Dos obras cumbres del romanticismo, separadas por décadas y de gran elaboración arquitectónica, formaron parte de un programa intenso. La violinista japonesa Sayaka Shoji aguantó con gran fortaleza la gran duración e intensidad de esta obra maestra y rompedora, como es el “Concierto para Violín” op. 61 de Beethoven. Las implicaciones dramáticas y estructurales del concierto emergen desde el principio, en una serie de silenciosos golpes de timbal como motivo efímero y palpitante ejerciendo de reclamo de atención y proporcionando la base misma del material melódico y rítmico que se debe seguir. De ahí la imponente entrada orquestal con la forma clásica del ritornello, que se manifiesta en el tutti extendido que precede a la entrada del violín, y del amplio tratamiento del material melódico por parte del compositor. El segundo movimiento ocupa un lugar entre la música más serena que haya producido Beethoven. Libre del desorden dramático del primer movimiento, el segundo está marcado por un lirismo tranquilo y orgánico. Hacia el final, un arrebato orquestal abrupto conduce a una cadencia, espléndidamente trazada por la solista que a su vez lleva el trabajo directamente al movimiento final. El genial Rondo, marcado por una robustez popular y una energía de baile, hace que algunas de las exigencias más virtuosas de la obra recaigan sobre el solista. La sensibilidad altísima de Shoji, realizada con gran calidad expresiva y una técnica infalible en los registros más altos del violín, no permiten que la orquesta la trague. Su sonido resulta etéreo y llega al alma del oyente durante toda la partitura, sin desfallecer nunca en una fiel y firme interpretación de la obra maestra, tanto que incluso Beethoven se habría emocionado por su belleza.
De ahí a un descanso necesario para asimilar lo acontecido antes de abordar otra obra cumbre del arte musical. Tchaikovsky firmó su epitafio en su “Sinfonía nº6 (Patética)” op.74. La sinfonía se estrenó el 28 de octubre de 1893 bajo su propia batuta. Era la última obra del compositor; nueve días más tarde del mencionado estreno, él estaba muerto. Grau divide, con acierto, la lectura de la partitura en dos tempos. Los movimientos extremos en un ritmo más lento, a diferencia que algunas versiones nos tienen acostumbrados, acentuando los momentos de drama, que el maestro ruso tan bien dominaba en sus poemas sinfónicos pushkinianos y shakesperianos. Comienza con un tema sobrio presentado por solo fagot y contrabajo; habiendo comenzado en el rango más bajo de la orquesta, la batuta de Grau asegura que los oyentes captarán la seriedad que Tchaikovsky parece tener en mente. Los ritmos más rápidos y dinámicas más fuertes seguirán, junto con un tema de cuerda suavemente rapsódico, aunque las frases prestadas del réquiem ortodoxo ruso refuerzan aún más la naturaleza ominosa de la música.
Tras la tempestad vendrá la calma. Los movimientos centrales vienen cargados de un éxtasis casi interrumpido cuya función no es otra que compensar las tensiones más sombrías del primer y cuarto movimiento. El segundo tiempo, Allegro con grazia, es elegantemente parecido a la danza. Y con el Allegro molto vivace, Tchaikovsky comienza con un movimiento de cuerdas y vientos similares a los de un scherzo, interrumpido a veces por un espíritu audaz. Poco a poco, Grau nos va proporcionando, en un vivo dinamismo, los estados de ánimo más abiertamente optimistas de la Sinfonía, alimentando como lo hace con el acorde de cierre del movimiento, que ocasionalmente sorprende a los oyentes desatentos en estallidos de aplausos, en la noción equivocada de que este debe ser el final de todo el trabajo.
De ahí llega el culmen de la obra. Un bellísimo e inusual Adagio Lamentoso sirve de final inesperado para el público, inusualmente sombrío, particularmente en su final que, tanto en ritmo como en dinámica, se desvanece en la nada. La angustia de sus últimos días por un escándalo apenas oculto en su vida personal. La homosexualidad que, a lo largo de la adultez, había luchado por ocultar, estaba a punto de convertirse en conocimiento público. El prolongado silencio final llega tras un clímax desesperado en un conjunto orquestal en perfecta sincronización, destacando desde la percusión, hasta el conjunto de vientos, madera y metal, pasando por una dulzura en las cuerdas estremecedora. Rara es la vez que salir de un concierto con los ojos vidriosos, en vez de alegría en el rostro, es muestra clara de éxito y satisfacción.
Luis Suárez




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