1 de febrero de 2019 –
Auditori Josep Carreras, Vila-seca (Tarragona)
Folías y Romanescas
Jordi Savall - Violas
da gamba. Xavier Díaz Latorre - Guitarra y tiorba.
Bajo uno de los siete programas, por estas fechas, que lleva
en la maleta el ya legendario maestro Savall, un público entregado se viera
envuelto en una entrega de exhibición de musicalidad y virtuosismo
extraordinario pero discreto. En este concierto, las actuaciones de “La Folía”
mostraron la inmensa variedad rítmica inherente al estilo del siglo XVI, y
también, por supuesto, las notables posibilidades técnicas de los instrumentos
elegidos (Savall vino con dos violas da gamba: una soprano de 1500 y otra de
Barak Norman londinense de siete cuerdas, 1697). La interpretación de Savall de
las diferencias de Diego Ortiz o Marin Marais devolvió la locura diabólica
indicada por la danza Folía. Varias
veces podría dar la sensación de que el maestro podría acabar rompiendo las
cuerdas de su instrumento. En esta actuación, todos pudimos ver cómo el
contacto con las tradiciones mexicanas ha influido en Savall, con unas anónimas
atractivas “Improvisaciones sobre la Guaracha”, moviéndose a la perfección
entre los momentos de extremo lirismo y los sonidos salvajes,
"increíbles"; realmente impresionante. Un derroche de todas sus
técnicas de ejecución: legato, detaché,
martelé, col legno, pizzicato..., y la capacidad de improvisar y realizar diferencias
con una gran versatilidad. A destacar la comunicación entre los artistas y la
audiencia durante todo el programa, y esto fue muy bienvenido. Asimismo debe
hacerse justicia con los solos de guitarra y tiorba de Xavier Díaz-Latorre,
profundamente emocionante, virtuosístico y rítmico en páginas de Gaspar Sanz y
Robert de Visée. Destacando también su acompañamiento mágico, con una
coordinación comunicativa excelente. Al margen de su maestría como ejecutantes,
han formado un dúo mágico dotado de capacidad comunicativa, una autoridad sobre
el escenario y capacidad de trasmitir a cada espectador que se trata de una experiencia
única dentro de la música de cámara, íntima a la vez interactiva entre ambas
partes de un auditorio lleno a rebosar entregado. No solo bastó una “Berceuse bretona”
para que el público se cansase de ovacionar merecidamente casi dos horas
ininterrumpidas de sonidos mágicos.
Toda una combinación de moderación y sutileza con intensidad
latente lo que caracterizó todo el estilo de actuación de la noche y, de hecho,
abrió a mucho público un nuevo mundo en medio del viejo mundo de la práctica
musical.
Luis Suárez
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