8, 9 y 10 de febrero de 2019 – Auditori Pau Casals (En Vendrell,
Tarragona), Teatre de Tarragona y Palau de la Música, Barcelona
Orquestra Sinfònica Camera Musicae, Salvador Mas – Obras de Schubert,
Josef Strauss y Brahms
Tres maneras, de las múltiples visiones
artístico - musicales, de las que se podían observar en una ciudad colosal en
cultura como puede ser Viena. En este caso de la mano de Franz Schubert, Josef
Strauss y Johannes Brahms.
A principios de 1822, Schubert estaba en el “apogeo de su carrera” y comenzó a
escribir una “Sinfonía” monumental en si menor. A finales de ese año, había
marcado los dos primeros movimientos y había esbozado un tercero. Contrajo
sífilis a fines de ese año y durante un tiempo estuvo completamente
incapacitado, que fue cuando dejó de trabajar en la obra y la dejó de lado,
como tantas otras partituras de su catálogo. Para la primavera, había
recuperado algo de su fuerza. Fue aceptado como miembro honorario de la Sociedad de Música de Estiria en Graz,
Austria. Como parte de su aceptación, envió los dos movimientos completos de la
Sinfonía a su director, Anselm
Hüttenbrenner, quien rápidamente los metió en un cajón y los olvidó. Allí
languideció hasta 1860, cuando el hermano menor de Hüttenbrenner, José, lo
encontró y, reconociéndolo como un tesoro perdido, comenzendo a incitar al
director vienés Johann Herbeck para que interpretara la pieza. La obra se
realizó finalmente el 17 de diciembre de 1865.
La Sinfonía
en sí misma es grande y discreta. Desde los primeros compases de apertura
siniestros, una melodía suave y fluida que gradualmente acumula masa y poder
para una rápida conclusión. Todo esto resulta ser una introducción, y se
produce una de las melodías más brillantes del compositor. Esto, también,
rápidamente se vuelve más grande y más dramático y un puente efectivo lleva al
principio. Una sección central intensa y elevada, casi triunfante en sus
grandes acordes, conduce a una repetición final de la apertura y el gran
movimiento termina solemnemente. El movimiento de de Andante con moto comienza con una maravillosa melodía, presentada
directamente y sin ornamentación, y esto conduce perfectamente a otra
maravillosa melodía de viento de madera. La tranquilidad vuelve con los
primeros temas y, después de un resumen de lo que ha pasado, el movimiento y el
trabajo marchan silenciosamente hasta su final.
La comprensión profunda de Salvador Mas de la “Sinfonía
Nº 8 en Do menor” es completamente evidente en esta ejecución, llena de líneas
magníficamente líricas y una ejecución en tempo lento y acentuado en los
segmentos dramáticos de todas las secciones, pero especialmente en los vientos de
madera y metal con una lectura detallada del primer movimiento, que resalta las
dimensiones de la obra de manera especialmente efectiva y lleva a la suposición
de que Schubert no la terminó simplemente porque no había una solución
disponible para los problemas que planteaba dentro del lenguaje musical de su
época. La interpretación toma mucho tiempo en el material de apertura en las
cuerdas graves. A partir de esa apertura deliberada y efectiva surge una
efectiva lectura de líneas internas a lo largo del curso del primer grupo de
sujetos de la exposición, que tiene significado eficaz incluso cuando se
compone simplemente de figuración. El conjunto constituye un sorprendente
contraste con el segundo tema melódico, y el espacio definido por los dos
movimientos juntos es vasto, incluso cuando la interpretación, como se da el
caso, es empáticamente sentida y de ninguna manera está sobrecargada. A Dios
gracias se prescinde de los algoritmos de la aplicación china. Schubert en
estado puro sin experiencias matemática de laboratorio.
De ahí, a modo de interludio entre el romanticismo
trágico y la soberbia partitura campestre de Brahms, nos encontramos con el Op.204
de Josef Strauss. Perfume imperial y descolorido, refinado, tan singularmente
sensual, del vuelo de una libélula en la nocturnidad de los Bosques de Viena.
Una exquisita interpretación que sirve de puente entre dos estilos diferenciados.
Johannes Brahms compuso su “Sinfonía No. 2” en el verano de 1877,
menos de un año después del estreno de su “Sinfonía
No. 1”, un hecho sorprendente dado que el primer ejemplo en este género le
había llevado quince años para completar, sin exceptuamos sus dos grandiosas
“Serenatas, Op.11 y 16” de juventud que se deberían escuchar más a menudo.
Finalmente, confiado en sus habilidades como sinfonista y menos preocupado por
la sombra que se avecina en Beethoven, Brahms creó un trabajo mucho más espontáneo
que fue bien recibido por los críticos y el público. Cuando se compara con las
obras de sus contemporáneos, esta pieza es conservadora tanto en la
orquestación como en la estructura formal. Pero de ninguna manera es
reaccionario. Más bien, Brahms revisó y amplió el modelo del siglo XVIII,
reemplazando en gran medida el contraste temático con la transformación y la
variación, y agregando su riqueza distintiva de armonía y ritmo.
Hay una unidad y variedad en la interpretación
de Salvador Mas; logra combinar lo claro y lo oscuro, lo lírico y lo poderoso,
lo extrovertido y lo introspectivo, mientras crece la pieza orgánicamente a
partir de la "semilla" de las tres primeras notas (escuchado en los
violonchelos y en los contrabajos), capta por completo la intelectualidad de
Brahms, así como su profunda expresividad, y toca el núcleo emocional con
completa simpatía y claridad de propósito. La Orquesta toca con la plenitud de
tonos y la flexibilidad rítmica de una orquesta de su calibre. No es una obra
tan apasionada como la “Primera Sinfonía” y la orquesta lo capta a la
perfección. Nos ofrece una interpretación de lo más agradable y magistral, en
tono pastoral, puramente brahmsiana.
Luis Suárez
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