17-18/02/2018
Teatre de Tarragona –
Palau de la Música de Barcelona
Orquestra Simfónica
Camera Musicae – Sayaka Shoji – Tomàs Grau – Beethoven/ Tchaikovsky
De ahí a un descanso necesario para asimilar lo acontecido
antes de abordar otra obra cumbre del arte musical. Tchaikovsky firmó su
epitafio en su “Sinfonía nº6 (Patética)” op.74. La sinfonía se estrenó el 28 de
octubre de 1893 bajo su propia batuta. Era la última obra del compositor; nueve
días más tarde del mencionado estreno, él estaba muerto. Grau divide, con
acierto, la lectura de la partitura en dos tempos. Los movimientos extremos en
un ritmo más lento, a diferencia que algunas versiones nos tienen acostumbrados,
acentuando los momentos de drama, que el maestro ruso tan bien dominaba en sus
poemas sinfónicos pushkinianos y shakesperianos. Comienza con un tema sobrio
presentado por solo fagot y contrabajo; habiendo comenzado en el rango más bajo
de la orquesta, la batuta de Grau asegura que los oyentes captarán la seriedad
que Tchaikovsky parece tener en mente. Los ritmos más rápidos y dinámicas más
fuertes seguirán, junto con un tema de cuerda suavemente rapsódico, aunque las
frases prestadas del réquiem ortodoxo ruso refuerzan aún más la naturaleza
ominosa de la música.
Tras la tempestad vendrá la calma. Los movimientos centrales
vienen cargados de un éxtasis casi interrumpido cuya función no es otra que
compensar las tensiones más sombrías del primer y cuarto movimiento. El segundo
tiempo, Allegro con grazia, es elegantemente parecido a la danza. Y con el
Allegro molto vivace, Tchaikovsky comienza con un movimiento de cuerdas y
vientos similares a los de un scherzo, interrumpido a veces por un espíritu
audaz. Poco a poco, Grau nos va proporcionando, en un vivo dinamismo, los
estados de ánimo más abiertamente optimistas de la Sinfonía, alimentando como
lo hace con el acorde de cierre del movimiento, que ocasionalmente sorprende a
los oyentes desatentos en estallidos de aplausos, en la noción equivocada de
que este debe ser el final de todo el trabajo.
De ahí llega el culmen de la obra. Un bellísimo e inusual
Adagio Lamentoso sirve de final inesperado para el público, inusualmente
sombrío, particularmente en su final que, tanto en ritmo como en dinámica, se
desvanece en la nada. La angustia de sus últimos días por un escándalo apenas
oculto en su vida personal. La homosexualidad que, a lo largo de la adultez,
había luchado por ocultar, estaba a punto de convertirse en conocimiento
público. El prolongado silencio final llega tras un clímax desesperado en un
conjunto orquestal en perfecta sincronización, destacando desde la percusión,
hasta el conjunto de vientos, madera y metal, pasando por una dulzura en las
cuerdas estremecedora. Rara es la vez que salir de un concierto con los ojos
vidriosos, en vez de alegría en el rostro, es muestra clara de éxito y
satisfacción.
Luis Suárez
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